jueves, agosto 28, 2025
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Sindicatos entre la autonomía y la cooptación: una reflexión necesaria

Por: Carlos Roncancio Castillo

El sindicalismo nació como una herramienta de resistencia frente a la explotación de los trabajadores en el siglo XIX. Su razón de ser era y sigue siendo la dignificación de la jornada laboral, del salario y de las condiciones de trabajo. A través de la acción colectiva se conquistaron derechos fundamentales como la jornada de ocho horas, el descanso remunerado o el derecho de huelga. Sin embargo, hoy enfrentamos un fenómeno inquietante: la cooptación sindical. Dirigentes que, en lugar de representar los intereses de sus afiliados, terminan confundiendo “buena relación con el empleador” con la entrega de la autonomía sindical. En vez de fortalecer a la organización, la transforman en un aparato al servicio de intereses ajenos a los trabajadores.

Karl Polanyi, en La gran transformación, advirtió que cuando el trabajo se reduce a mera mercancía, el tejido social se desmorona. Lo mismo ocurre con los sindicatos: si se convierten en adornos decorativos o brazos auxiliares de las empresas, pierden su esencia y con ellos se debilita también la democracia. Este no es un problema nuevo. La historia de los llamados “sindicatos amarillos” muestra cómo los empleadores intentaron controlar al movimiento obrero desde sus orígenes, y en Colombia ese fenómeno ha persistido bajo distintas formas. Renán Vega Cantor, en Gente muy rebelde, documenta cómo la lucha obrera en nuestro país siempre estuvo tensionada entre la resistencia y la cooptación. Cuando los dirigentes presentan como conquistas lo que en realidad son concesiones cosméticas, no estamos frente a logros, sino frente a retrocesos encubiertos que erosionan el principio de progresividad de los derechos laborales.

El sindicalismo colombiano ha conocido momentos de autonomía y momentos de captura. Marcel Silva Romero, en Flujos y reflujos, muestra cómo a lo largo de la historia los sindicatos fueron, unas veces, expresión genuina de independencia obrera y, en otras, instrumentos moldeados por el Estado o los empleadores. La lección es clara: la autonomía nunca ha sido un regalo, siempre ha sido una conquista frágil que se puede perder. Esa fragilidad se repite hoy, cuando los mecanismos de democracia interna parecen existir en el papel, pero se vacían de contenido. Rodrigo Uprimny lo ha señalado recientemente: las democracias no siempre mueren de un tajo, sino que se erosionan lentamente por medios aparentemente democráticos. Cuando se conservan elecciones y asambleas, pero la deliberación real desaparece, estamos frente a un simulacro democrático que abre la puerta a la captura.

Esa es también la advertencia de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracias. Ellos explican que los sistemas no colapsan de inmediato, sino que se degradan cuando las normas informales de respeto, límites al poder y control mutuo se abandonan. Esa reflexión es perfectamente aplicable al sindicalismo: las dirigencias que confunden armonía con la empresa con claudicación de la autonomía están debilitando las normas no escritas de representación; el caudillismo tolerado bajo la excusa de unidad normaliza abusos de poder; y la cooptación convierte a los sindicatos en instituciones formales pero vacías, como ocurre con los regímenes políticos autoritarios que se legitiman en elecciones controladas. Lo que Levitsky y Ziblatt llaman la “muerte lenta de la democracia” puede llamarse aquí la “muerte lenta de la autonomía sindical”.

Las consecuencias de esa cooptación son visibles: desconfianza en las bases, fragmentación de organizaciones, debilitamiento de la negociación colectiva y una caída dramática de la afiliación sindical. Según la Escuela Nacional Sindical, apenas el 4 % de los trabajadores colombianos está sindicalizado, una de las tasas más bajas de América Latina. Esto ocurre en un país en el que la defensa de los derechos laborales ha costado más de 3.200 vidas entre 1973 y 2020. En un contexto marcado por la violencia antisindical, la cooptación de los dirigentes resulta doblemente dolorosa, pues implica traicionar el legado de quienes entregaron la vida por la dignidad obrera.

La libertad sindical, reconocida en la Constitución, en los Convenios 87 y 98 de la OIT y en la Convención Americana de Derechos Humanos, no puede convertirse en excusa para que unos pocos conviertan a los sindicatos en feudos personales. Como recuerda Silva Romero, en Colombia ese derecho ha sido distorsionado: se ha permitido que ciertos dirigentes actúen como si los intereses del sindicato fueran distintos a los de la base, transformando un derecho fundamental en una ficción jurídica que erosiona la legitimidad de la organización.

El derecho internacional ha sido enfático: en los casos Baena Ricardo vs. Panamá y Lagos del Campo vs. Perú, la Corte Interamericana de Derechos Humanos recordó que la libertad sindical y la actividad de los sindicatos son “condiciones indispensables para la existencia de una sociedad democrática”. La Comisión de Expertos de la OIT ha reiterado que cualquier injerencia patronal o estatal que distorsione la autonomía viola los convenios internacionales, y ha recordado que la huelga es un derecho esencial, no un trámite decorativo.

Frente a este panorama, la responsabilidad de los dirigentes sindicales es indeclinable: no pueden servir a dos amos. Un dirigente que actúa en alianza con la empresa en detrimento de sus afiliados incumple su mandato constitucional, desvirtúa los principios del Código Sustantivo del Trabajo, viola compromisos internacionales y debilita a la democracia misma. La democracia sindical no es un formalismo: es el núcleo de la representación obrera. Sin ella, los sindicatos se convierten en aparatos vacíos, incapaces de transformar la realidad.

Hoy el sindicalismo colombiano está en una encrucijada: o se convierte en un movimiento autónomo, democrático y transparente, o se hunde en la irrelevancia, burocratizado y cooptado por el poder empresarial. Las lecciones de Polanyi, Vega Cantor, Uprimny, Levitsky y Ziblatt, así como la jurisprudencia de la Corte Interamericana y las observaciones de la OIT, son claras: sin sindicatos fuertes, autónomos y democráticos, no hay democracia sólida ni justicia social posible.

Y aquí vale la pena concluir con la advertencia del maestro Marcel Silva en la última edición de Flujos y reflujos: estamos repitiendo ciclos que supuestamente habíamos superado. Ayer fue el autoritarismo empresarial el que negó derechos y subordinó al trabajador; hoy ese mismo autoritarismo se infiltra en las organizaciones sindicales, pero de una manera aún más perversa, pues opera en favor del empleador y en detrimento de los trabajadores. Es increíble, pero cierto: hemos pasado de luchar contra la dominación externa a tolerar la dominación interna, y en ambos casos el precio lo pagan quienes menos deberían pagarlo: los trabajadores.

Lo que vivimos en Colombia no es un caso aislado. La Organización Internacional del Trabajo, en su Informe del Centenario (2019), advirtió que el trabajo decente y la autonomía sindical son condiciones sine qua non para preservar la democracia y la cohesión social en el mundo del trabajo. Amartya Sen, Nobel de Economía, lo expresó con claridad en Desarrollo y libertad: sin organizaciones libres y participativas no puede hablarse de democracia real. Y Freedom House ha mostrado en sus informes recientes que la captura de sindicatos y asociaciones es una de las señales tempranas de deterioro democrático en países de distintas latitudes. Todo ello confirma que lo que hoy ocurre en nuestro sindicalismo no es un simple problema local, sino parte de una batalla global por preservar la democracia frente a los intentos de vaciarla desde dentro.

La tarea es recuperar el sindicalismo para lo que nació: defender a los trabajadores. No se trata de buenas relaciones públicas con la empresa ni de feudos económicos de unos pocos, sino de volver a las bases, escuchar sus necesidades, y hacer de la negociación colectiva un verdadero instrumento de dignidad y transformación.

Porque, como lo ha dicho la Corte Interamericana, los sindicatos no son un adorno: son “condición indispensable para la existencia de una sociedad democrática”.

Referencias verificadas

  1. Polanyi, K. La gran transformación. Fondo de Cultura Económica, 1944.
  2. Vega Cantor, R. Gente muy rebelde. Ediciones Pensamiento Crítico, 2002.
  3. Silva Romero, M. Flujos y reflujos: reseña histórica sobre la autonomía del sindicalismo colombiano. Universidad Nacional de Colombia, 2005.
  4. Uprimny, R. Imaginar la Democracia. CAMBIO – Grupo Sura, 2024.
  5. Uprimny, R. “La constitución de la democracia”, en Imaginar la Democracia, 2024.
  6. Escuela Nacional Sindical. Panorama laboral colombiano 2023.
  7. ENS. Informe sobre violaciones a sindicalistas en Colombia 1973–2020.
  8. Corte IDH. Caso Lagos del Campo vs. Perú. Sentencia de 31 de agosto de 2017.
  9. Corte IDH. Caso Baena Ricardo y otros vs. Panamá. Sentencia de 2 de febrero de 2001.
  10. OIT, Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y Recomendaciones. Observaciones sobre aplicación del Convenio 87 en Colombia (2018–2023).
  11. OIT, Informe de la Comisión de Expertos 1994 y posteriores.
  12. Levitsky, S. & Ziblatt, D. Cómo mueren las democracias. Ariel, 2018.
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