La noche del miércoles, 13 de noviembre de 1985, quedó grabada en la mente de millones de personas no solo en Colombia sino en diferentes latitudes del mundo por estar registrada en la historia como una de las mayores tragedias naturales en la era contemporánea.
En un abrir y cerrar de ojos, una avalancha cobró la vida de cerca de 25.000 personas de todas las edades y borró del mapa a San Lorenzo de Armero, un pujante municipio tolimense dedicado a cultivar arroz y algodón, conocido como la Ciudad Blanca. Hoy es un camposanto, tras la visita del Papa Juan Pablo II.
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Colombia no se reponía de la barbarie del Palacio de Justicia, estábamos de luto, cuando la naturaleza nos mostró su poder y nos recordó lo frágiles que somos ante su grandeza. Pero también nos hizo sacar lo mejor de cada uno: solidaridad y humanidad ante el dolor del otro.
A Armero la llevo en el corazón y el alma. Tenía 21 años, acababa de salir de la Escuela de Policía ‘General Santander’, y como subteniente me asignaron mi primera gran responsabilidad: atender el desastre junto a 160 uniformados. Cuarenta años después, recuerdo cada historia de los sobrevivientes, sus caras de tristeza, pero también de esperanza. Y debo reconocer que muchas veces lloré en silencio ante el dantesco panorama.
Cuatro décadas después me pregunto: ¿si estamos preparados para evitar una tragedia de esta magnitud? Quiero creer que sí. Los avances tecnológicos y de comunicaciones juegan hoy a favor del hombre. Experiencias como Armero o el terremoto de Armenia (1999), que cobró más de 1.000 vidas, han permitido que el Estado y los gobiernos tomen conciencia, mejorando infraestructuras, diseños y servicios de emergencia. Solo el año pasado se destinaron 1,7 billones de pesos para atender desastres naturales.
Los sistemas de alerta temprana han mejorado con tecnología satelital que monitorea volcanes en tiempo real. Hoy se planifica la urbanización respetando el medioambiente, junto a políticas de reforestación y cuidado de cuencas hidrográficas.
El calentamiento global sigue sobre la mesa, y aunque se han adoptado medidas mundiales, aún falta mucho. Los simulacros ante terremotos o tsunamis han permitido que los ciudadanos sepan cómo actuar y salvar sus vidas.
Nuestros niños y adolescentes reciben educación ambiental y entrenamiento ante emergencias, pero todavía estamos en desventaja frente a la naturaleza. Las lecciones de Armero nos han hecho avanzar, pero debemos seguir preparándonos.
Escuchar hoy los testimonios de los sobrevivientes su fuerza y resiliencia nos recuerda el valor de la solidaridad y la esperanza. Historias como la de Omaira, la niña símbolo de Armero, nos inspiran a luchar por una Colombia mejor.
No olvidemos a las familias de los valerosos policías que perdieron la vida sirviendo a los armeritas. A ellos, mi homenaje y oración para que una tragedia así jamás se repita.
Por: general (r) William René Salamanca
